Jorge Oscar Rossi nació a mediados de la década del 60 en el pasado siglo.
Desde que aprendió a leer le apasionó la ciencia ficción, la fantasía, el terror y el género policial.
Para bien o para mal, eso lo llevó a escribir. En las páginas de su libro La Soledad de los Bichos Raros, publicado por Algoritmo, aparecen algunos de los resultados de tan cuestionable decisión.
En el mundo de todos los días, es abogado y se dedica fundamentalmente a la docencia universitaria.
HINCÁNDOLE EL DIENTE
Y todo lo que tiene movimiento y vida
les servirá de alimento; todas estas cosas
las servirán de alimento, así como las
legumbres y las hierbas. Lo único que
no deben comer es la carne con su alma,
es decir, con su sangre»
Génesis, 9, 4.
Cuando yo era chico, creía en Papá Noel, en los Reyes Magos y en Drácula.
Este asunto del vampiro, unido al simbolismo de la sangre, ha fascinado a muchas generaciones a lo largo de la historia. El tema fue abordado por la literatura desde muchos lados: El terror, el poder, la lujuria, son solo algunos.
¿Por qué se da esa fascinación?
Se dice que el vampiro es libre, poderoso, pleno de sexualidad. Pero, ¿cómo pensar en libertad, cuando estamos ante un ser condenado a vagar eternamente por la oscuridad?, ¿Como hablar de poder, cuando al vampiro lo mata la luz del sol, lo espanta el ajo y lo detiene el curso de un río, por pequeño y poco profundo que sea? ¿Que lujuria puede brindar la frialdad de un no-muerto?
Y, sin embargo, el vampiro es libre, porque es blasfemo, es decir, porque transgrede el orden natural (el orden de Dios). El tiene sus propias leyes. Es poderoso, no solo por su mera fuerza, sino por su dominio de los demás animales y de los fenómenos naturales. Tiene el erotismo de todo lo prohibido, porque simboliza el instinto, ciego y desesperado, que busca saciar su apetito a cualquier costo.
Aclaremos algo: Aquí usamos la expresión vampiro en un sentido amplio, que no se limita a ese ser que sacia su hambre con la sangre de otro, sino que abarca a aquellos que se alimentan de otros seres vivos, sea chupándoles la sangre, la energía o comiéndoles partes del cuerpo, como el corazón. Así, el vampirismo termina confundiéndose con practicas de canibalismo. Lo determinante del vampiro no es tanto el «procedimiento», sino la actitud, la finalidad perseguida por el vampiro: Apropiarse de la vida (el alma) de la víctima. Así, el vampiro posee y domina a ese ser. Esto suele producir un juego maléfico y fascinante entre dominador y dominado, un juego en el que, nuevamente, la libertad, el poder y la sexualidad están presentes.
En la literatura aparecen muchos ejemplos donde el deseo del vampiro de consumir la sangre (o la energía, o el alma) de su víctima, termina siendo correspondido por el deseo de la «víctima» de ofrendar ese preciado alimento, aunque eso implique su muerte.
Detengámonos en esto: El vampiro «tiene» que comenzar el ciclo una y otra vez. No es algo que dependa de su voluntad. Debe hacerlo, por siempre, por más culpa que esto le pueda producir, (cuando le produce alguna).
Cuando reparamos en esto y lo comparamos con esas cosas, a veces inconfesables, que nosotros sentimos que «tenemos» que hacer (insisto, a pesar de la culpa que nos generen); podemos darnos cuenta del por qué de la extraordinaria fascinación que despierta el tema del vampiro. Todos somos un poco Dráculas, todos tenemos nuestros «ciclos vampíricos» y los conocemos (algunos más, otros menos). Por eso la identificación de millones de personas con estos personajes oscuros.
Todos tenemos una parte oscura.
Carl Gustav Jung, ese genial psicólogo que hablaba del inconsciente colectivo y de los arquetipos, llamó a esa parte oscura que habita en todos nosotros, «La Sombra». La Sombra es El Mal que habita en nosotros o, dicho en una forma menos poética y mucho más precisa, son todas esas cosas que nos gustan pero que mantenemos escondidas (a veces hasta de nosotros mismos), porque no son aceptables en la fantástica sociedad en que vivimos.
EL ¿CREADOR? DEL CONDE
«Si un hombre de Israel o de los
forasteros que viven en medio
de ustedes come cualquier clase
de sangre, lo aborreceré y lo
exterminaré. Porque la vida del
ser mortal está en su sangre, y
yo les di la sangre como un medio
para rescatar su propia vida, cuando
la ofrecen en el altar; pues la sangre
ofrecida vale por la vida del que ofrece».
Levítico, 17, 11
Bram Stoker es conocido universalmente por ser el creador de Drácula , el mas famoso de todos los vampiros.
Nacido en Dublín, Irlanda, el 24 de noviembre de 1847, este funcionario y crítico teatral desarrolló la mayor parte de su carrera en Londres. Fue el tercero de siete hermanos y pertenecía a una familia modesta, pues su padre era secretario en el Castillo de Dublín.
Tras una infancia no demasiado fácil, ingresó en el Trinity College de su ciudad natal y, aunque desde niño se había sentido atraído por el periodismo y la poesía – especialmente la de Walt Whitman, con el que llegó a mantener correspondencia personal -, decidió estudiar Ciencias Exactas y seguir los pasos de su padre. Fue en estos años de universidad cuando se aficionó a los deportes y se convirtió en un consumado atleta. También conoció a Sheridan Le Fanu, cuya influencia sería determinante en su vida.
Con su licenciatura en la mano, se hizo funcionario para ganarse la vida, lo cual no le hizo olvidar su antigua pasión por la literatura, de modo que poco después se incorporó al plantel del Mail de Dublín para escribir la columna de crítica teatral.
Al adentrarse en la vida de las tablas, en 1876 conoció al actor Sir Henry Irving, hecho que dio un giro radical a su vida, ya que a instancias del aristócrata se trasladó a Londres para entrar a su servicio en calidad de secretario, administrador y consejero.
Su relación con el mundo teatral londinense le llevó a conocer muy diversos personajes. Se dice que Van Helsing esta inspirado en un profesor húngaro experto en folklore transilvano que le presentó Irving.
En 1890 publicó su primera novela, «El desfiladero de la Serpiente», ambientada en su Irlanda natal, de corte romántico y misterioso, que fue seguida de otras en la misma línea como «El hombre de Shorrox» y «Crooken Sands» (1894), «Miss Betty» (1898) – historia de una joven rescatada de las aguas del Támesis -, «El misterio del mar» (1902), «La joya de las siete estrellas» (1903) – de tema egipcio, tan en boga en la época -, «Recuerdos personales de Henry Irving» (1906) y «Atrapados en la nieve; recuerdos de una gira teatral» (1908) hablan del tiempo que pasó junto al actor. Historias amorosas con ciertos toques de vampirismo fueron «La dama del sudario» y «Lady Athyle»; otras obras suyas fueron «Impostores famosos» (1909), repaso a las figuras de tramposos, estafadores y timadores que vivieron en su tiempo y «La madriguera del Gusano Blanco» (1911), escrita poco antes de su muerte, en la que el horror deja paso a lo fantástico. Como se ve, un escritor versátil.
Murió el 20 de abril de 1912, a consecuencia de la sífilis.
Con todo, su obra más conocida es Drácula, sin la cual posiblemente hubiera pasado por la historia de las letras sin pena ni gloria.
DRACULA: LA NOVELA Y LA HISTORIA
«Toda persona que coma sangre de
cualquier clase, será exterminada de
entre los suyos.»
Levítico, 7, 27.
Drácula es una de las joyas de la literatura epistolar y, al mismo tiempo, un thriller excepcional, que rompió con los esquemas de la novela gótica.
Quizás uno de los más grandes aciertos de la novela sea que Bram Stoker reinventó un mito.
Desde su primera edición , por la Constable &Co, de Londres , en 1897, la obra tuvo un éxito sin precedentes.
Stoker investigó sobre vampirismo en la Biblioteca del Museo Británico. Tomó parte de la leyenda del vampiro que circulaba entre los campesinos de Europa oriental , pero pareciéndole demasiado vulgar a sus propósitos, le dió un aire romántico y novelesco gracias a un aristocrático vampiro, una historia de amor, y la exótica ambientación de la remota Transilvania, cuya localización geográfica e histórica en la novela es exacta. Añadió además elementos típicos de la literatura de terror, tales como los famosos y afilados colmillos, la metamorfosis en murciélago y la sangre como único alimento del personaje. No se olvidó del positivismo cientificista imperante en esa época en Gran Bretaña y por eso creó a un profesor Abraham Van Helsing, encargado de darles duro a los incrédulos de siempre, que podían mirar con sorna, a fines del siglo XIX, a la historia del monstruo chupasangre.
Estos elementos hicieron que la novela alcanzara unas cotas de popularidad tales que sorprendieron al propio autor. El mito se consolidó y consiguió que hasta nuestros días llegara su influencia estética, religiosa, onírica y en algunos casos patológica, porque hubo más de un loco que se tomó la cosa en serio y anduvo de aquí para allá, succionando yugulares.
Desde el punto de vista del estilo, la estructura narrativa de la novela se va construyendo a través de los distintos puntos de vista de los personajes, expresados en lenguaje epistolar, a manera de diarios personales, informes y cartas, cuya suma conforma el total del relato. Uno de los efectos de esta técnica es que la historia va avanzando de manera fragmentada. Drácula siempre es contado por terceros. No sabemos lo que piensa más que por lo que les dice a los demás. Aparece pocas veces en el relato, de manera «física», pero su presencia es constante por las continuas y a menudo aterradas referencias que de él hacen los otros personajes.
El Conde es una sombra maligna que revolotea en la muy puritana Londres victoriana de fin del siglo XIX. Stoker, que de puritano no tenía nada, conocía muy bien las pasiones que se agitaban bajo los buenos modales de la aristocracia británica de la época. Sin embargo, en la novela se limita a sugerir, con extraordinaria sutileza, sin caer en nada explícito.
Ahora bien, ¿de donde partió Stoker para escribir su novela?
El relato tiene una base real. Se dice que «La Historia de Hungría», del estudioso orientalista Hermann Vanberry, cayó en manos de Stoker y le permitió conocer la crueldad del príncipe valaco del siglo XV Vlad III Tepes (apodado el Empalador).
Sobre el tema del irascible Vlad hay varias versiones. Si tomamos una de las más creíbles, vemos que el padre de Vlad Tepes recibió del Emperador Segismundo, en 1431, la Orden del Dragón. Por este titulo fue conocido como Dracul, que en rumano significa tanto Dragón como Diablo. Su hijo, nuestro querido Vlad Tepes, se hizo llamar Drácula o Draculea, que significa Hijo de quien poseía la Orden del Dragón (y también, Hijo del Diablo).
El pueblo, lo conocía por El Empalador, por esa costumbre suya de atravesar con una gran estaca (empalar) a sus muchos enemigos, súbditos díscolos y/o personas que le caían antipáticas.
Preguntan los curiosos de siempre: ¿Por donde los empalaba?. Respuesta: Por el ano. Ahí quedaban, sentados en tan incomoda posición, hasta morir, lo que podía llevar horas. Evidentemente, Tepes no era un chico afectó al dialogo, como medio para la solución de los conflictos.
Vlad habría nacido en el pueblo de Sighisoara, en 1431. Ese pueblo se hallaba en Transilvania, región enclavada en el centro de la actual Rumania. Sin embargo, este adorable príncipe gobernó en Valaquia, que hoy día constituye la región meridional de Rumania. En esa época, el lugar era una bonita mezcla de etnias: húngaros, rumanos, alemanes, gitanos y szekel. Para agregar entretenimiento a la cosa, los turcos entraban y salían de Europa central casi a placer. No había mucho tiempo para defender el lugar de las incursiones turcas, porque todo el mundo estaba muy ocupado con las luchas entre señores feudales, las intrigas palaciegas, las rebeliones campesinas, los conflictos interétnicas y la constante injerencia del imperio germano en los asuntos del principado, bajo el pretexto de que había alemanes viviendo allí. Vlad Tepes no podía gobernar por el consenso, (tampoco tenía el carácter de la Madre Teresa), así que gobernó por el terror; como quien dice, a puro empalamiento. Gracias a ello logró que los sobreviviente representaran un simulacro de unidad, con el que obtuvo importantes victorias sobre los turcos.
Vlad Tepes (o Vlad Draculea) fue un príncipe particularmente sangriento, pero sólo por razones de estado; estaba lejos de ser el vampiro en que lo convertiría Bram Stoker. Sin embargo, se dice que participó en practicas de brujería y otros esoterismos. Esto no sería nada raro. Vlad gustaba de empalar a sus semejantes pero eso no lo convertía en un iletrado. Era un hombre bastante culto para la época y eso lo puede haber llevado a indagar y meterse en ciertas practicas oscuras, como hicieron muchos otros de su misma condición.
Al parecer, Vlad murió en 1476, en un campo de batalla, decapitado por sus propios soldados, que lo confundieron con un turco. No todos lo odiaron. También fue admirado por su bravura en los combates y el Papa Pío II lo consideró un defensor de la fé.
Un par de siglos más tarde apareció la condesa Elizabeth Bathory. Era la época en que la peste asolaba Europa. No había remedio para la plaga más allá de lo que dictaba la superstición. Elizabeth Bathory, probablemente un bonito ejemplar de psicotica, decidió que, dado que dicen que la sangre es vida, nada mejor contra la muerte que bañarse en sangre y, ya que estamos, beberla. Y ¿qué mejor que la sangre de una mujer virgen, la más vital, la más preciosa?
Las doncellas comenzaron a desaparecer de los dominios de la Bathory. Se dice que cerca de doscientas mujeres fueron sacrificadas antes de que la Corona tomara cartas en el asunto. La asesina fue recluida en una torre de su castillo, donde aún vivió décadas, loca de remate, antes de que la muerte tuviera compasión de ella y del resto de la Humanidad.
Probablemente los personajes anteriores sirvieron a Bram Stoker como modelo para la creación del vampiro, pero, aunque sobraba locura y brutalidad, todavía faltaba el elemento sobrenatural. Sin embargo, había a donde recurrir.
Son universales las leyendas de brujas, demonios y espíritus que roban la esencia vital y la carne de los humanos para persistir, así que Bram tuvo de donde agarrarse.
VAMPIROS Y LITERATURA
«De la tumba yo me he levantado/
a buscar mi prometido bien,/
para hallar al hombre por mi amado/
y beber la sangre de su sien./
Cuando ocurra así/
yo me iré de aquí/
a buscar otros hombres también…»
La novia de corinto, J.W.Goethe
Muchos años después, en 1975, aparece Salem`s Lot (La Hora del Vampiro o Las Brujas de Salem), de Stephen King.
Después vino el turno de Anne Rice. Nacida en Nueva Orleans en 1941 con el nombre de Howard Allen O’Brien, se casó con Stan Rice en 1961. En la primera novela sanguinolenta de Rice, «Entrevista con el vampiro» (1976, adaptada al cine en 1994, por Neil Jordan), un vampiro cuenta su vida introduciendo así al lector en la historia y la cultura de sus semejantes. Este libro es el comienzo de las Crónicas vampíricas, una saga que presenta un retrato compasivo de los vampiros como seres románticos que viven alejados de las convenciones sociales. El resto de la serie está compuesta por Lestat el vampiro (1985), La reina de los condenados (1988), El ladrón de cuerpos (1992) y La voz del diablo (1995). El punto de vista de las novelas no es el de la víctima, sino el del vampiro. Los personajes de Rice buscan, a través de escenas muy plásticas, su propia identidad dentro de la subcultura vampírica, en la que el sexo y la muerte aparecen a menudo entrelazados. El homoerotismo, la inmoralidad, el ateísmo y la reflexión sobre la naturaleza esencial del bien y el mal están también presentes en las crónicas.
A su turno, George RR Martin, famoso por Juego de Tronos, supo escribir Sueño del Fevre (Fevre Dream), una novela de vampiros publicada en 1982.
Martin eligió el Misisipi de Mark Twain como escenario de la que ha llegado a consagrarse como una de las novelas de vampiros más interesantes, por su atmósfera sobrecogedora y por la recreación impecable del marco histórico, en un relato cuyo inicio se situa en 1857.
COAGULANDO (A MANERA DE CIERRE)
«Guarden, pues, mis normas y mis leyes
y pónganlas en practica. Así no los
vomitará esta tierra donde voy a llevarlos
para que vivan en ella».
Levítico, 20, 22
Lo anterior no agota la lista, ni mucho menos, pero en algún momento se debe parar.
Las historias vampíricas son historias trágicas y el Drácula de Stoker, el Lestat de Rice y el y el Joshua de Martin son personajes trágicos, porque su eterna búsqueda nunca puede tener final.
Es que vivir en la no-muerte es una «vida» trágica, una «vida» condenada a la eterna repetición del «ciclo vampírico», que podría describirse así:
Encontrar el alimento (un alma)-Obtenerlo (poseerlo, gozar de él)- Incorporarlo (chuparle toda la sangre o la energía o el alma a la víctima, que tradicionalmente se convierte en otro vampiro).
Pero eso nunca le basta al vampiro, quien tiene que comenzar el ciclo otra vez.
¿Por que será que, si ser buenos chicos y chicas nos conduciría a la felicidad terrena y al Paraíso eterno; a tanta gente le gusta el pecado, la sangre, la oscuridad, la más abyecta y depravada perdición y los hediondos efluvios del Infierno?
En una de esas es, precisamente, porque lo llevamos en la sangre.
Esto me remite a mi más tierna infancia.
Cuando yo era chico, creía en Papa Noel, en los Reyes Magos y en Drácula.
Con el paso de los años, el único que no me defraudó fue Drácula.
